La canción del verano
La autora de la canción del verano ha pasado a mejor vida. Así, como lo oyen. Por alguna razón escogió mi terraza para pasar los últimos momentos de su fugaz existencia. Se ignoran las circunstancias en las que se produjo el triste suceso, aunque probablemente se haya debido a la actividad frenética que desarrolló en las jornadas previas, durante sucesivas e interminables tardes de terral; su cuerpo exangüe fue encontrado entre dos macetas de áloe. Ya nunca volverá a frotar sus élitros para amenizarnos el tedio estival, y éstos se extienden ahora inertes sobre la solería, mientras sus extremidades se alzan hacia el sol en un extraño gesto, quizá en forma de súplica. Su rostro resulta hermético, en cambio; no es posible adivinar angustia o serenidad en su expresión postrera. La finada, por cierto, responde al nombre de Cicada barbara, aunque es más popularmente conocida como cigarra. Como era previsible, la noticia ha alimentado la enfermiza tendencia a investigar asuntos que no tienen utilidad práctica que aqueja a este columnista, resultando que los distintos cantos de las cigarras que oímos habitualmente no proceden de una misma especie, como erróneamente suponía, sino de dos especies distintas, dependiendo de si el canto es continuo –Cicada barbara lusitanica- o discontinuo –Cicada orni-. Ya lo saben. (*)
Descanse en paz, amiga cigarra. La hormiga volvió a ganarle la partida. Mientras escribo estas emocionadas líneas, sus congéneres entonan un estridente zumbido coral a modo de réquiem. Yo, por mi parte, al menos he podido rendirle este humilde homenaje en el periódico del sábado.
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Publicado en La Opinión de Málaga el 01/08/2015.