Captar el espíritu de los lugares es reflejar la vida que late en ellos. Es un reto dibujar el ritmo cambiante de un espacio urbano, pero nada más divertido que seguir la melodía oculta que cantan los edificios y la gente. El primer paso es desinhibirse y dejarse llevar, nada más anulador que la presión de querer hacer una obra de arte. Olvidemos la perfección e intentemos captar la experiencia.
El reto puede parecer intimidante pues hay un poco de todo: geometría, vida, detalle, repetición, quietud, movimiento. Y todo a la vez. Por eso es importante seguir un método para alcanzar un equilibrio entre todas esas características diferentes que se contraponen entre sí.
Nuestro método debe dejar un buen margen para la improvisación. Porque estamos retratando no sólo el espacio sino también el tiempo, y para cuando hayamos terminado nuestro dibujo toda la escena habrá experimentado cambios sustanciales. Esa es la parte más complicada, pero también el aspecto más hermoso de dibujar en el lugar: representar la vida. No estamos mirando a través de una ventana: estamos suspendidos en el centro de una gran burbuja de espacio tridimensional donde algunas cosas se mueven y otras permanecen inmóviles.
Este taller va de esto, y por eso la mayor parte del trabajo se va a desarrollar en la calle, después de una introducción en el aula. Por eso habrá que ir ligero de equipaje: un cuaderno tamaño A5, lápices y/o rotuladores y algo de color; se sugiere unas acuarelas de bolsillo.
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